jueves, 14 de abril de 2011

Fin del capítulo

Los ojos empañados. El sudor baja por la frente. Y cuando nuestros labios se encuentran, pareciera que el universo entero se detiene en un solo instante; la gravedad disminuye mientras nuestros cuerpos, unidos por el centro mismo de la vida, se elevan en una danza tan antigua como la vida misma. Mis piernas se tensan, mi cabello se eriza en la cabeza en un gesto voluntario ancestral, y mis manos, estas manos que quieren atarse a ti, te halan, nos juntan cada vez más, deseando que nos fundamos en uno solo, que este momento dure para siempre. La piel parece crepitar como las llamas de un fuego dentro de un cristal, despacio y con desesperación, el aire no es suficiente, está a punto de explotar. Jadeamos en busca de oxígeno pero el frío de un segundo aparte duele en los huesos. Y te veo con los ojos cerrados, tus manos me aprietan por la espalda y siento cómo tus dedos rozan mi piel en el fin de la blusa. Te siento, te siento tan cerca, te siento tan perfecto, te siento tan destinado, tan merecido, tan anhelado. Y tu me besas con furia, con el dolor anticipado del segundo culminante. Y ahora somos solo uno...Una explosión de aire, un estremecimiento del cuerpo, que es puro instinto, pura esencia que nos hermana, que nos respalda...Y despierto sobresaltada, pensando que solo fue un sueño. Pero siento el tibio temblor de tu respirar junto a mi. Y sonrío, aunque se que mañana ya te irás sin vuelta atrás...


viernes, 18 de febrero de 2011

Olvido

El tiempo se detiene durante un segundo entero. La vuelta del globo se queda a la mitad y el aire permanece suspendido entorno a mi. Sus pequeños ojos y los míos conectados. El calor mutuo de la plenitud. Escucho una voz a lo lejos. Ella está parada justo enfrente mío suponiendo que le escucho, pero no. No lo he decidido. Le contesto. Ella insiste en que tengo que escoger lo más pronto posible porque hay que comenzar la investigación de inmediato, no hay tiempo que perder. Asiento y prometo -no muy convencida- que le llamaré en la noche con una determinación tomada. Camino a la estación del tren y el cielo cerrado de bóveda gris me oprime en el pecho. Aprieto el pequeño bultito de amor contra mi pecho y la cartera con las cosas de ambos bajo el brazo. Y cuando pido ayuda para subir a la plataforma, reconozco en esas manos fuertes y tan conocidas a Armando. El ríe un poco para sí y me levanta sin esfuerzo alguno. Coloco a mi niño justo a mi lado mientras Armando me abraza con fuerza. ¿Y eso de que ahora eres karateca? Le pregunto a quemarropa. Me había hecho mucha gracia cómo lo había leido la noche anterior. El rió y me abrazó más fuerte aún que la vez anterior. Sus labios rozaron los míos y antes de que pudiera recuperar la cordura estábamos uno al lado del otro tumbados en una cama ajena. Tengo que tomar el tren, le dije mientras alcanzaba el traje violeta que estaba al pie de la cama. Salí deprisa sintiendo que olvidaba algo. Caminé hacia el tren que estaba llegando pero no lo pude alcanzar. Entonces divisé a Carlos. Se me acercó sonriente mientras yo me sentía un poco desencajada. Tenía esa sensación de que se me olvidaba algo importante pero no podía recordar qué era. El también me abrazó, pero sentí frío desde él. Caminamos un poco más. ¿Me acompañas aquí un momento? Me preguntó. Es que tengo que coger el próximo tren, necesito llegar a mi apartamento. Le expliqué. No hay problema, regresamos a tiempo. Insistió. Entramos y era como un cuido de niños. Este nadie lo ha reclamado, dicen que su mamá lo olvidó. Dijo mientras cargaba un pequeñín hermoso. Por un momento me pareció conocido. Reí un poco. Es hermoso, le dije. Salimos de nuevo luego de que yo lo cargara mientras él iba a hablar con la dependienta. Creo que lo adoptaría próximamente, o eso entendí pues me miraron en varias ocasiones mientras yo tenía al niño en brazos. Salimos deprisa. Tenemos que llegar a tiempo, le digo mientras intento avanzar. El tren pasó justo a mi lado mientras yo corría para alcanzarlo mientras se abrían las puertas. Entré a toda prisa al tiempo que veía a Carlos subirse al opuesto. ¡Carlos! ¡Carlos es acá! Sentía que él y yo teníamos que estar juntos. Lo necesitaba. Le llamo por el teléfono que traía en el bolsillo del pantalón. Es acá, le digo con voz quejumbrosa mientras nuestros trenes se separan. Yo te alcanzo, me promete pero una angustia comienza a crecer en mi pecho. Me bajo en la próxima estación y camino a mi apartamento. Busco las llaves debajo de mi blusa y me percato de que traigo los pantalones de un pijamas. Arriba tengo mi abrigo negro. Pero siento frío igual. Paso por encima de una guagua que estaba bajando agua en el condominio mientras dos señores se ríen de mi. Pobre, ella lo que no sabe es que ya no vive aquí, se burlan. Los ignoro. Siento miedo, mucho miedo. Paso corriendo y me monto en el ascensor. Adentro dos mujeres. Marco el piso 9. Ellas tienen el 11 y el 15 oprimido. No veo el 13. Pero se bajan en el mismo que yo. Una me dice, un placer conocerte querida y se aleja por un pasillo negro como la noche. La otra me mira fijamente mientras me dice: gracias por haber estado aquí. Y saltaba al vacío desde la baranda. Sentí pánico. Y busqué entre mis brazos a mi niño. Era mío, era mío aquel bebé y lo había olvidado, quería llegar a mi apartamento pero no tenía llaves, aquello que traía entre las manos eran unos espejuelos chuecos. Y veía a lo lejos a Carlos montarse nuevamente en el tren mientras me veía llorando. Pero corría por el pasillo y no llegaba a mi apartamento, tenían fechas, solo fechas y el mío era el 9--...no lo recordaba y gritaba, gritaba llamando a Carlos pero él no me escuchaba y lloraba gritando pero nadie me escuchaba...porque estaba perdida en mis propios miedos, desde donde ya no podía regresar.

Vera me abrazó con fuerza mientras temblaba y sollozaba. Pero esto yo no se lo podía contar a nadie.

domingo, 19 de septiembre de 2010

Unidas...

Trato de respirar dentro de este corsé, está demasiado ajustado. Me muevo a un lado y al otro con desesperación, espero que esto no sea perjudicial, sopeso unos minutos. Trato de sentarme pero la postura es más incómoda aún. Es ese momento entra Damián a la sala ataviado como un rey europeo en el siglo XVIII. El pantalón ajustado, las botas altas, las mangas de su camiseta ancha, la correa gruesa con pedrería y la falsa espada colgando de la espalda. Entra con el sombrero en la mano, y ese aire suyo de que sabe la impresión que causa. Conmigo mantiene el rostro sereno, cordial, aunque con los demás se muestra tan encantador como lo fue en algún momento conmigo. Miro a la ventana tratando de que esto cobre sentido pero no lo logro, cierro los ojos y recuerdo cada palabra, cada letra y me atormenta. “¡Tú no me esperaste! -¡¿Por qué habría de hacerlo?! ¡Tú nunca me dijiste que lo hiciera! – ¿¡¡Es que acaso no me querías tanto!!? –Yo lo intenté, tú nunca me prometiste volver. (Dije con un nudo en la garganta) –Pues aquí estoy (dijo en tono arrogante) –Feliz con la compañía tan agradable de Enrriqueta ¿¡¡no!!? (Escupí con amargura) –Al diablo con esto, al diablo con todo (dijo entre dientes saliendo con un portazo, apuesto lo que sea que para correr a los brazos de ella) Aquellas palabras me quemaban en la memoria. ¿Cómo iba a enfrentarlo justo ahora? ¿Cómo iba a decírselo? La ansiedad me dominaba pero estaba segura de lo que tenía que hacer, mientras antes mejor. Lisa se me acercó a ayudarme con el vestido. Era precioso, tres capas de puntilla y encaje a lo largo en un corte de palazzo en un azul plateado, las mangas tal vez demasiado anchas, el escote justo entre lo recatado y lo misterioso, el velo, simplemente perfecto. Me miré en el espejo y no me reconocí. Sí, aquella era yo. En ese momento entró Enrriqueta ya con su vestuario, un traje precioso, pero era evidente que le pesaba. Había algo en su rostro, un cansancio, unas ojeras que se traslucían en el maquillaje casi perfecto, una preocupación en sus ojos durante el rápido beso a Damián. ¿Practicamos?- Entró en el camerino Humberto. –Gracias de corazón hermanas mías, no saben de lo que me han salvado. Se dirigió a Enrriqueta y a mí. Fabala, estás preciosa, parece que el traje fue hecho justo para ti. Y tú, Enrriqueta…simplemente excepcional. Y nos sonrió. La verdad era casi imposible que algo saliera mal. Humberto era nuestro mejor amigo, libretista, productor y director de esta obra, y la había leído y releído tanto que era capaz de recitar cada línea de cada actor de memoria. Nos pusimos en posición y comenzaron ellos, yo entraba hasta los quince minutos del comienzo. –Perfecto, perfecto- musitaba Humberto a cada línea. –Bueno, no nos sobra el tiempo, a escena en 2 minutos, anunció. Respiré, sí, estaba preparada, todo iba a estar bien. Se levantó el telón pero las luces sobre nuestras cabezas apenas permitían ver hacia el público. Entraron los soldados, Enrriqueta lloró de manera tan convincente que dudé que fuera una actuación y Damián simplemente alcanzó la perfección. Y entré. Sumida en mi papel, que no era más que mi realidad. Entonces, contrario a la línea que le tocaba, Enrriqueta tomó a Damián de la mano y le susurró: -Estoy embarazada. Mis rodillas temblaron y en respuesta para que la obra siguiera, lloré desconsoladamente sin fingir y salí, entonces Damián tuvo ocasión de salir a buscarme y Enrriqueta de traicionarlo con el ejército enemigo. La obra concluyó y también mi determinación de decirle a Damián que también iba a tener un hijo suyo. Brindamos por la noticia mientras el dolor carcomía mis entrañas y me fui a mi cuarto a desempacar cajones. Abrí un par y miré las telas que había comprado cuando me enteré que estaba embarazada, hacía bastantes semanas, Enrriqueta apenas tenía unas seis, yo iba casi por las 13. Fui hasta su cuarto decidida a confesarle mi estado, aunque no el responsable pero encontrarla allí me desarmó. Tumbada de espaldas escudriñaba el cielo raso mientras se acariciaba el vientre. Pequeñas lágrimas se deslizaban por sus mejillas. Me senté a su lado y le acaricié la cabeza. No, no era justo para ninguna. Mira lo que te he traído, y abrí la bolsa con unas frisas recién cosidas. Verdes porque no sabemos qué es aún…le expliqué mientras extendía el diseño de una jirafa en la tela. Ella rió un poco. ¿No te gustan? Le cuestioné. Me duele la espalda…me dijo con preocupación. Y recuerdo que una amiga siempre justificaba los comentarios de poca importancia en momentos como estos para aliviar la pena de gravedad del momento. Reí y la abracé, estábamos más que unidas en esto…
Y desperté sobresaltada. Busqué en la oscuridad el bulto en mi vientre pero todo estaba en orden. Solo que al otro día me iba a llamar Damián…

sábado, 21 de agosto de 2010

Entre ir y venir

Voy caminando por un pasillo grisáceo por el color de la lluvia que repiquetea afuera. Las plantas tienen ese verde mate contundente de las zonas donde llueve con frecuencia. Me apena haber peleado con mami antes de venirme para acá, sabrá Dios cuando la podré llamar ahora. Alcanzo las escaleras y consulto el papel de nuevo, era el cuarto 2612, en el segundo piso, reflexiono. Cuando llego al portón hay un grupo de chicas parloteando animadamente y una se me acerca. De repente noto que hay algún tipo de uniforme entre ellas. Así es cómo hemos dividido las semanas, el color del semestre va a ser amarillo. Me alargó una tarjetita del tamaño de una identificación que tenía las cinco semanas de mi estadía dividida en cinco combinaciones de blusas amarillas. Por un momento me sentí mareada por la sobrecarga de información. Yo no tengo suficientes camisetas de ese color, ni siquiera estoy segura de haber traído mi blusa amarilla. Le agradezco algo desconcertada y me dirijo directamente a un saloncito detrás de las escaleras, había una reunión. ¿Tu nombre? Se dirigió directamente el hombre cuando me vio entrar. Mier de Cilla, Fabala Mier de Cilla. Te toca coger taller laboratorio de Ulises. ¿Qué? ¿Pero porqué? Me quejé sin inhibiciones. Ya tienes inglés, español, ciencias, tenés que tomar alguno… Al momento él se fue y me quedé parloteando con los demás chicos que estaban allí. Esto es injusto, me aventuré. Eso no es nada, espera que te toque el de Sansón, ése sí es aburrido. Y rieron, después de todo no era difícil estar con ellos. Me levanté y me fui, tenía que subir a mi cuarto antes de ir a ver el dormitorio de Enrriqueta. Ella estaba en otro edificio. Esta idea loca de hacer un intercambio internacional me estaba agradando después de todo. Abrí la puerta y quedé boquiabierta. La habitación ante mis ojos parecía la suite de un hotel, era inmensa, con unas cortinas blanco-perla, un sofá crema-rosado a un costado y un par de puertas, asumo que mi cuarto y el baño, cavilé. A un lado de la sala estaban mis dos maletas junto con mi caja de libros y mi cartera. Me dediqué a curiosear un rato.

La vorágine del tiempo hizo su malabar y entre los laboratorios extraños y las reuniones de política que no pude resistir se estaba acabando nuestra estadía.

Amaneció lloviendo aquel día, estaba más gris de lo habitual. Bajé en las pijamas hasta el balcón del edificio a ver la lluvia caer. Desde el desnivel que había tres edificios más lejos un grupo de chicas se tiraban de pecho y resbalaban. Reí ante la ocurrencia, lo intentaría más tarde, probablemente no tuviera clases. Mientras me volteaba, una voz me detuvo en seco, Zinum, visita. Me acerqué a la baranda de nuevo y vi abajo a Rubén. ¡Bonita! Alcanzó a gritar. ¡¿Qué rayos tú haces aquí?! Le pregunté en el segundo que me tomó bajar las escaleras y lanzarme a su cuello para atarlo en un abrazo. Visitando, contestó con naturalidad. Claro, al otro lado del continente…Y reímos, ahora, dime en serio, ¿cómo es que estás aquí? Estoy haciendo unos estudios y trabajando, pero apenas estoy una semana, así que cuando tu mamá me dijo que estabas por aquí decidí venir a saludarte. ¿Mami te dijo que yo estaba aquí? La confusión crecía en mi pecho. Sí, me la encontré en el aeropuerto. ¡¿Mami en el aeropuerto?! Casi grité. Sí, me dijo que venía a verte. ¡Atrevido! Le reproché, ¡y aún así te atreves a venir aquí, sabiendo que ella se puede aparecer en cualquier momento! Ay por favor, que se entere que nosotros hablamos, ¿cuál es el problema? ¡Pues que no me da la gana! ¡Vete! Y en el momento justo avisté a mi madre al fondo del pasillo lateral. Yo me voy pero voy a volver, tú tienes deseo de comer pescado y yo te voy a llevar… ¿Ah? Lo miré incrédula, ¿cómo él sabía aquello? Volveré. Sentenció y trató de besarme pero le asesté un golpe en la espalda con un libro que no recordaba traer en la mano. El se fue sonriente y dijo su frase. Nada que tú no quieras amor... Sabía con certeza que iba a regresar, él nunca se rinde. Mi mamá llegó hasta donde mí, me abrazó con fuerza, subió, criticó el desorden de mi cuarto, se instaló, aunque dijo que no por mucho tiempo y me mostró las fotos de las torres de bloques ya terminadas, las habíamos empezado juntas antes de yo salir en el viaje. Reímos mientras le contaba de mis clases, mis nuevas amistades y le invité a una obra de teatro que iba a haber esa noche. Ella me pidió acostarse a descansar un poco y le ofrecí mi cama mientras me escapaba hasta Enrriqueta. Casi corrí, toqué dos veces y abrí la puerta, solo para toparme con Damián. Se me enfrió la espalda mientras lo saludaba lo más fría que pude. Imbécil. Enrriqueta salió del baño y me sonrió sosa, dándose cuenta del cuadro. Damián había sido mi novio exactamente un año atrás y hacía unas semanas, se habían conocido, no sé si ignorando sus historias particulares y ahora andaban juntos. Claro, ella no sabía tampoco de las acampadas nocturnas recientes de él en mi habitación… Incómodo, él se levantó, la besó en los labios y se marchó. ¡Mami está aquí! Exclamé cuando él hubo cerrado la puerta. La mía también, me contestó ella en su tono neutral que tanto detestaba. ¿Teatro hoy a las 3:00? Aventuré tratando de salvar la conversación. Claro, ¿Humberto te llamó? No. Bueno, nos necesita para cubrir a dos chicas que se han escapado. Perfecto, ¿a las doce entonces? Si. Bien, te veo allá entonces.

Pero el teatro fue una pesadilla aparte…

[Continuará…]

sábado, 31 de julio de 2010

Huída

Iba recostada de Leslie. La verdad no estábamos tan cómodas pero no había muchas más opciones. Nos bajamos, ella feliz y yo incómoda con mi atuendo de trabajo aún: una falda de lápiz, una blusa entallada y los tacones me estaban matanto; perfecto, arena era justo lo que necesitaba ahora. Me quedé descalza y caminé hasta unos niños que estaban más cerca de mí que de nadie más. Les ayudé a que el hoyo que hacían fuera más profundo. Me pesó que me llamaran para irnos. Me senté de nuevo en la parte trasera de la furgoneta y me preparé, en este tramo debía encargarme de los pequeños, que ahora eran seis. Los miré de nuevo y sentí lástima por ellos. Mi mamá y Alba no daban ni una mirada, la segunda conducía segura de hacia dónde se dirigía y la primera apenas se acostumbraba a la idea de estar huyendo. Es lo justo, es lo necesario, repetía Alba. Atravesamos el puente y pasamos inadvertidas por el peaje, ya la primera mitad estaba completada. Ahora nos cambiamos a un carromato que había que llevar con un propulsor que yo apenas entendía, los chiquillos -mi hermano, los hijos de Alba y tres más que habíamos salvado- estaban asustados y mi trabajo era simple, que no lloraran para que no nos vieran. Nos acomodamos en la parte de atrás y en varias ocasiones tuve que bajarme para ayudar a sacar el carro de un hoyo o porque se atoraba en diferentes sitios por la falta de práctica de su conductora, eso podía ser contraproducente...pensé. Al cabo de un rato, nos bajamos en la Catedral y los pequeñines desfilaron junto a los demás mientras yo me cambiaba de ropa a algo más cómodo pero no menos elegante. Cuando terminó la actividad que apenas pude entender, nos acomodamos de nuevo en la carreta con Susana, ella estaba más asustada que todos nosotras juntas y traté de tranquilizarla ocupándola con Mariana, una niñita de siete años que quería que le leyera pero yo me mareaba de leer mientras íbamos en movimiento. Susuana siempre había sido una cobarde. En eso se fue la mitad del trayecto. Cuando cayó la noche nos aparcamos y nos instalamos en un rancho que se veía abandonado detrás de unas casa, había poca luz pero teníamos que confiar en nosotros, aquello era lo más arriesgado que habíamos hecho en nuestras vidas, por nuestras vidas...Me aseguré de que estuviéramos solas y allí dormitaron mientras yo hacía la guardia, la adrenalina no me dejaba cansarme siquiera. Apareció Marta con Fernando y los recibí de buena gana, los estaba esperando. En la mañana nuestro grupo había crecido casi al doble y algunos tuvieron que irse a pie para cederle el espacio en la plataforma a los más niños. Así fuimos no sé cuanto tiempo, de repente era tanto y avanzábamos tan poco... Susana y yo tuvimos que separarnos del grupo para buscar la ruta más segura una vez atravesáramos la frontera con el próximo pueblo. En un punto en la carretera, se nos paró al lado un carro y vimos que era Pedro. Durante una fracción de segundo dudé pero después pensé que él no podía estar entre los enemigos potenciales, tal vez se había separado de nosotros para no atraer atención...nos montamos en el carro con él y fuimos un trecho. De repente él se quejó de dolor en el pecho, se detuvo y se bajó, nosotras nos alarmamos y cuando bajamos él nos apuntó con un arma. La reconocía bien. Había supuesto mal. Susana brincó atrayendo la atención-como tantas veces habíamos practicado- al tiempo que le privé del arma y lo herí de un culetazo en la cabeza, lo dejé sangrando y esperé que lo encontraran y no lo dejaran morir. Regresamos con los demás y no dimos detalles, él era el esposo de Alba y aunque malo, a ella la hubiera herido saber lo que le había pasado. Dijimos que tomaríamos la ruta del este y allá nos dirigimos. Enrriqueta nos halló en el camino y con lágrimas en los ojos nos contó de todos los suyos que había enfrentado y solo a ella le contamos lo pasado con Pedro. Caminamos simplemente avanzando, sin saber lo que había en próxima curva...
Desperté con un mal sabor en la boca. Sí, lo peor era que no había opción, aunque mi mamá pensara que no vale la pena, hay que definir las compañías por los ideales, de lo contrario, uno va a claudicar al pensamiento del otro; y el mío vale más que el de ellos...

viernes, 30 de julio de 2010

Otra vez lágrimas

¡Amiga! Pero qué bueno es saber de ti. No sabes lo que me alegra hablarte, estos días han sido una locura y pensé buscarte pero no sabía si ibas a estar en tu casa. Sí, qué bien. Bueno, empecemos con lo liviano: Renata, está preciosa, grandísima…La verdad es que no paso tanto tiempo con ella ya, entre esto y aquello apenas nos vemos unos minutos al día pero no creas que he dejado de canturrearle y hablarle de cada cosa. Las otras, bueno, ya sabes cómo son Susette y Rubí, y las demás están bien. Sí, siempre les comento de ti aunque sea un poco. ¿Y tú…? Eso suena bien, me alegro mucho. Pues he estado ajetreada con las clases, y haciendo un par de cosas aquí y allá. Sí, en las noches duermo lo de siempre. Se me ha ocurrido ir a ver una película de sueños en estos días y para variar apenas descansé entre pesadilla y sobresalto. Sí, yo lo sé… Ay Luna es que no llega, no llega. La inspiración se me escapa entre suspiro y parpadeo y apenas logro organizar algo que me termine de gustar y las ideas están revoloteando de nuevo en la cabeza de aquí allá sin que nada parezca tener sentido. ¡Es que hay tanto ruido en mi silencio! No sabes la de cosas que vienen y van a mi cabeza, a mi mente, que dan golpes, se estrellan, vagan, quieren salir… Y sí, sigo caminando, ando y desando el camino en las mañanas y las noches, me compré mi quinto par de gafas en el verano y no, no dejo de intentarlo. Tú mejor que nadie lo sabes y no sé porqué me lo preguntas. Cada mañana me levanto y me paro en el mismo sitio, miro abajo del balcón, veo el mismo camino de todos los días, suspiro, me tomo el café, río y lo pido, pero es que no llega y no sé qué más hacer, lo lamento. Pero ahora dime tú, ¿es que acaso te va mejor? Lo imaginaba…sí, te entiendo…Perfecto, claro, deberíamos vernos…me haces falta, a lo mejor y hasta me llega algo jeje… Bien, cuídate también…
Y cerré las puertas de cristal y me fui a la cama a pasar otra noche sin sueño…

miércoles, 28 de julio de 2010

Lluvia enredada

Cerré de un portazo. Me tumbé en el sillón del pasajero mientras que Enrriqueta conducía. Aquella escena me era tan familiar que me sentí aburrida. Miré por el cristal delantero la lluvia que lo empañaba y me sentí decepcionada de nuevo. ¿Es que este clima no pensaba mejorar? Era cada vez peor y peor. Miré a Enrriqueta que me miraba y reímos. ¿Qué? Le pregunté riendo. Arrancamos de una buena vez y fuimos un trecho no muy largo, no estábamos lejos de mi casa. Aunque la verdad el tono gris del día no permitía que una apreciara el paisaje. Que fastidio, en verdad. Doblando la esquina en la plaza, vimos a María con Carlos, tomados de la mano. ¡Mira, mira! Exclamé jubilosa. Enrriqueta miró y con cara de pocos amigos dijo: Volvieron… Reí cínicamente, ellos tenían historia… ¡Qué bueno! No pude evitar decirlo… Por lo menos ella es mejor partido que el engendro anterior, y miré a la piloto y le levanté las cejas. Ella abrió los ojos de esa manera en que lo hace siempre. Unos pasos más atrás iba Vera con un trajecito amarillo. Qué raro, Vera en traje, aunque la ocasión lo amerita, cavilé. En lo que nos distrajimos dándole paso a un transeúnte, Vera se acercó a María mientras Carlos hablaba por teléfono y le plantó soberano beso en los labios. ¡Y nosotras allí viendo todo desde el asiento del carro por el cristal empañado del frente! Y como pasó, terminó, Vera siguió caminando y Carlos ni por enterado se dio. Reaccionamos cuando nos tocaron la bocina desde el carro de atrás y arrancamos despacio por la impresión. Estallé en lágrimas pero de estrés. Paola estacionó el carro en un espacio más adelante y yo desesperada. ¡Ay Dios mío! ¡Pero es que son tantas! ¡Vera! ¡Vera! ¡Vera! ¡Vera y María! ¡Ay santísimo Jesucristo! Y no podía tranquilizarme. Paola me miró sorprendida también y no dijo nada. Cuando me calmé, comentó, La verdad es que es como una proliferación de parejas homosexuales… y se quedó pensativa. Hablando de locuras, ¿sabías que Natalia va a tener un bebé? Y perdí el habla por segunda vez en menos de una hora. Aquello era impresionante. Y Paola arrancó y nos quedamos en silencio, la impresión era demasiada para decir algo. Hay que buscar la ropa para ir a vestirnos. Comenté. Sí, Amalia nos espera ya pronto para arreglarnos. ¡Qué estrés! Dijo Paola. Imagínate para ella, hoy es su día…

Y me recosté para relajarme y logré cruzar hasta acá, aunque la verdad, aquí está lloviendo igual o más…