domingo, 19 de septiembre de 2010

Unidas...

Trato de respirar dentro de este corsé, está demasiado ajustado. Me muevo a un lado y al otro con desesperación, espero que esto no sea perjudicial, sopeso unos minutos. Trato de sentarme pero la postura es más incómoda aún. Es ese momento entra Damián a la sala ataviado como un rey europeo en el siglo XVIII. El pantalón ajustado, las botas altas, las mangas de su camiseta ancha, la correa gruesa con pedrería y la falsa espada colgando de la espalda. Entra con el sombrero en la mano, y ese aire suyo de que sabe la impresión que causa. Conmigo mantiene el rostro sereno, cordial, aunque con los demás se muestra tan encantador como lo fue en algún momento conmigo. Miro a la ventana tratando de que esto cobre sentido pero no lo logro, cierro los ojos y recuerdo cada palabra, cada letra y me atormenta. “¡Tú no me esperaste! -¡¿Por qué habría de hacerlo?! ¡Tú nunca me dijiste que lo hiciera! – ¿¡¡Es que acaso no me querías tanto!!? –Yo lo intenté, tú nunca me prometiste volver. (Dije con un nudo en la garganta) –Pues aquí estoy (dijo en tono arrogante) –Feliz con la compañía tan agradable de Enrriqueta ¿¡¡no!!? (Escupí con amargura) –Al diablo con esto, al diablo con todo (dijo entre dientes saliendo con un portazo, apuesto lo que sea que para correr a los brazos de ella) Aquellas palabras me quemaban en la memoria. ¿Cómo iba a enfrentarlo justo ahora? ¿Cómo iba a decírselo? La ansiedad me dominaba pero estaba segura de lo que tenía que hacer, mientras antes mejor. Lisa se me acercó a ayudarme con el vestido. Era precioso, tres capas de puntilla y encaje a lo largo en un corte de palazzo en un azul plateado, las mangas tal vez demasiado anchas, el escote justo entre lo recatado y lo misterioso, el velo, simplemente perfecto. Me miré en el espejo y no me reconocí. Sí, aquella era yo. En ese momento entró Enrriqueta ya con su vestuario, un traje precioso, pero era evidente que le pesaba. Había algo en su rostro, un cansancio, unas ojeras que se traslucían en el maquillaje casi perfecto, una preocupación en sus ojos durante el rápido beso a Damián. ¿Practicamos?- Entró en el camerino Humberto. –Gracias de corazón hermanas mías, no saben de lo que me han salvado. Se dirigió a Enrriqueta y a mí. Fabala, estás preciosa, parece que el traje fue hecho justo para ti. Y tú, Enrriqueta…simplemente excepcional. Y nos sonrió. La verdad era casi imposible que algo saliera mal. Humberto era nuestro mejor amigo, libretista, productor y director de esta obra, y la había leído y releído tanto que era capaz de recitar cada línea de cada actor de memoria. Nos pusimos en posición y comenzaron ellos, yo entraba hasta los quince minutos del comienzo. –Perfecto, perfecto- musitaba Humberto a cada línea. –Bueno, no nos sobra el tiempo, a escena en 2 minutos, anunció. Respiré, sí, estaba preparada, todo iba a estar bien. Se levantó el telón pero las luces sobre nuestras cabezas apenas permitían ver hacia el público. Entraron los soldados, Enrriqueta lloró de manera tan convincente que dudé que fuera una actuación y Damián simplemente alcanzó la perfección. Y entré. Sumida en mi papel, que no era más que mi realidad. Entonces, contrario a la línea que le tocaba, Enrriqueta tomó a Damián de la mano y le susurró: -Estoy embarazada. Mis rodillas temblaron y en respuesta para que la obra siguiera, lloré desconsoladamente sin fingir y salí, entonces Damián tuvo ocasión de salir a buscarme y Enrriqueta de traicionarlo con el ejército enemigo. La obra concluyó y también mi determinación de decirle a Damián que también iba a tener un hijo suyo. Brindamos por la noticia mientras el dolor carcomía mis entrañas y me fui a mi cuarto a desempacar cajones. Abrí un par y miré las telas que había comprado cuando me enteré que estaba embarazada, hacía bastantes semanas, Enrriqueta apenas tenía unas seis, yo iba casi por las 13. Fui hasta su cuarto decidida a confesarle mi estado, aunque no el responsable pero encontrarla allí me desarmó. Tumbada de espaldas escudriñaba el cielo raso mientras se acariciaba el vientre. Pequeñas lágrimas se deslizaban por sus mejillas. Me senté a su lado y le acaricié la cabeza. No, no era justo para ninguna. Mira lo que te he traído, y abrí la bolsa con unas frisas recién cosidas. Verdes porque no sabemos qué es aún…le expliqué mientras extendía el diseño de una jirafa en la tela. Ella rió un poco. ¿No te gustan? Le cuestioné. Me duele la espalda…me dijo con preocupación. Y recuerdo que una amiga siempre justificaba los comentarios de poca importancia en momentos como estos para aliviar la pena de gravedad del momento. Reí y la abracé, estábamos más que unidas en esto…
Y desperté sobresaltada. Busqué en la oscuridad el bulto en mi vientre pero todo estaba en orden. Solo que al otro día me iba a llamar Damián…