viernes, 18 de febrero de 2011

Olvido

El tiempo se detiene durante un segundo entero. La vuelta del globo se queda a la mitad y el aire permanece suspendido entorno a mi. Sus pequeños ojos y los míos conectados. El calor mutuo de la plenitud. Escucho una voz a lo lejos. Ella está parada justo enfrente mío suponiendo que le escucho, pero no. No lo he decidido. Le contesto. Ella insiste en que tengo que escoger lo más pronto posible porque hay que comenzar la investigación de inmediato, no hay tiempo que perder. Asiento y prometo -no muy convencida- que le llamaré en la noche con una determinación tomada. Camino a la estación del tren y el cielo cerrado de bóveda gris me oprime en el pecho. Aprieto el pequeño bultito de amor contra mi pecho y la cartera con las cosas de ambos bajo el brazo. Y cuando pido ayuda para subir a la plataforma, reconozco en esas manos fuertes y tan conocidas a Armando. El ríe un poco para sí y me levanta sin esfuerzo alguno. Coloco a mi niño justo a mi lado mientras Armando me abraza con fuerza. ¿Y eso de que ahora eres karateca? Le pregunto a quemarropa. Me había hecho mucha gracia cómo lo había leido la noche anterior. El rió y me abrazó más fuerte aún que la vez anterior. Sus labios rozaron los míos y antes de que pudiera recuperar la cordura estábamos uno al lado del otro tumbados en una cama ajena. Tengo que tomar el tren, le dije mientras alcanzaba el traje violeta que estaba al pie de la cama. Salí deprisa sintiendo que olvidaba algo. Caminé hacia el tren que estaba llegando pero no lo pude alcanzar. Entonces divisé a Carlos. Se me acercó sonriente mientras yo me sentía un poco desencajada. Tenía esa sensación de que se me olvidaba algo importante pero no podía recordar qué era. El también me abrazó, pero sentí frío desde él. Caminamos un poco más. ¿Me acompañas aquí un momento? Me preguntó. Es que tengo que coger el próximo tren, necesito llegar a mi apartamento. Le expliqué. No hay problema, regresamos a tiempo. Insistió. Entramos y era como un cuido de niños. Este nadie lo ha reclamado, dicen que su mamá lo olvidó. Dijo mientras cargaba un pequeñín hermoso. Por un momento me pareció conocido. Reí un poco. Es hermoso, le dije. Salimos de nuevo luego de que yo lo cargara mientras él iba a hablar con la dependienta. Creo que lo adoptaría próximamente, o eso entendí pues me miraron en varias ocasiones mientras yo tenía al niño en brazos. Salimos deprisa. Tenemos que llegar a tiempo, le digo mientras intento avanzar. El tren pasó justo a mi lado mientras yo corría para alcanzarlo mientras se abrían las puertas. Entré a toda prisa al tiempo que veía a Carlos subirse al opuesto. ¡Carlos! ¡Carlos es acá! Sentía que él y yo teníamos que estar juntos. Lo necesitaba. Le llamo por el teléfono que traía en el bolsillo del pantalón. Es acá, le digo con voz quejumbrosa mientras nuestros trenes se separan. Yo te alcanzo, me promete pero una angustia comienza a crecer en mi pecho. Me bajo en la próxima estación y camino a mi apartamento. Busco las llaves debajo de mi blusa y me percato de que traigo los pantalones de un pijamas. Arriba tengo mi abrigo negro. Pero siento frío igual. Paso por encima de una guagua que estaba bajando agua en el condominio mientras dos señores se ríen de mi. Pobre, ella lo que no sabe es que ya no vive aquí, se burlan. Los ignoro. Siento miedo, mucho miedo. Paso corriendo y me monto en el ascensor. Adentro dos mujeres. Marco el piso 9. Ellas tienen el 11 y el 15 oprimido. No veo el 13. Pero se bajan en el mismo que yo. Una me dice, un placer conocerte querida y se aleja por un pasillo negro como la noche. La otra me mira fijamente mientras me dice: gracias por haber estado aquí. Y saltaba al vacío desde la baranda. Sentí pánico. Y busqué entre mis brazos a mi niño. Era mío, era mío aquel bebé y lo había olvidado, quería llegar a mi apartamento pero no tenía llaves, aquello que traía entre las manos eran unos espejuelos chuecos. Y veía a lo lejos a Carlos montarse nuevamente en el tren mientras me veía llorando. Pero corría por el pasillo y no llegaba a mi apartamento, tenían fechas, solo fechas y el mío era el 9--...no lo recordaba y gritaba, gritaba llamando a Carlos pero él no me escuchaba y lloraba gritando pero nadie me escuchaba...porque estaba perdida en mis propios miedos, desde donde ya no podía regresar.

Vera me abrazó con fuerza mientras temblaba y sollozaba. Pero esto yo no se lo podía contar a nadie.