sábado, 31 de julio de 2010

Huída

Iba recostada de Leslie. La verdad no estábamos tan cómodas pero no había muchas más opciones. Nos bajamos, ella feliz y yo incómoda con mi atuendo de trabajo aún: una falda de lápiz, una blusa entallada y los tacones me estaban matanto; perfecto, arena era justo lo que necesitaba ahora. Me quedé descalza y caminé hasta unos niños que estaban más cerca de mí que de nadie más. Les ayudé a que el hoyo que hacían fuera más profundo. Me pesó que me llamaran para irnos. Me senté de nuevo en la parte trasera de la furgoneta y me preparé, en este tramo debía encargarme de los pequeños, que ahora eran seis. Los miré de nuevo y sentí lástima por ellos. Mi mamá y Alba no daban ni una mirada, la segunda conducía segura de hacia dónde se dirigía y la primera apenas se acostumbraba a la idea de estar huyendo. Es lo justo, es lo necesario, repetía Alba. Atravesamos el puente y pasamos inadvertidas por el peaje, ya la primera mitad estaba completada. Ahora nos cambiamos a un carromato que había que llevar con un propulsor que yo apenas entendía, los chiquillos -mi hermano, los hijos de Alba y tres más que habíamos salvado- estaban asustados y mi trabajo era simple, que no lloraran para que no nos vieran. Nos acomodamos en la parte de atrás y en varias ocasiones tuve que bajarme para ayudar a sacar el carro de un hoyo o porque se atoraba en diferentes sitios por la falta de práctica de su conductora, eso podía ser contraproducente...pensé. Al cabo de un rato, nos bajamos en la Catedral y los pequeñines desfilaron junto a los demás mientras yo me cambiaba de ropa a algo más cómodo pero no menos elegante. Cuando terminó la actividad que apenas pude entender, nos acomodamos de nuevo en la carreta con Susana, ella estaba más asustada que todos nosotras juntas y traté de tranquilizarla ocupándola con Mariana, una niñita de siete años que quería que le leyera pero yo me mareaba de leer mientras íbamos en movimiento. Susuana siempre había sido una cobarde. En eso se fue la mitad del trayecto. Cuando cayó la noche nos aparcamos y nos instalamos en un rancho que se veía abandonado detrás de unas casa, había poca luz pero teníamos que confiar en nosotros, aquello era lo más arriesgado que habíamos hecho en nuestras vidas, por nuestras vidas...Me aseguré de que estuviéramos solas y allí dormitaron mientras yo hacía la guardia, la adrenalina no me dejaba cansarme siquiera. Apareció Marta con Fernando y los recibí de buena gana, los estaba esperando. En la mañana nuestro grupo había crecido casi al doble y algunos tuvieron que irse a pie para cederle el espacio en la plataforma a los más niños. Así fuimos no sé cuanto tiempo, de repente era tanto y avanzábamos tan poco... Susana y yo tuvimos que separarnos del grupo para buscar la ruta más segura una vez atravesáramos la frontera con el próximo pueblo. En un punto en la carretera, se nos paró al lado un carro y vimos que era Pedro. Durante una fracción de segundo dudé pero después pensé que él no podía estar entre los enemigos potenciales, tal vez se había separado de nosotros para no atraer atención...nos montamos en el carro con él y fuimos un trecho. De repente él se quejó de dolor en el pecho, se detuvo y se bajó, nosotras nos alarmamos y cuando bajamos él nos apuntó con un arma. La reconocía bien. Había supuesto mal. Susana brincó atrayendo la atención-como tantas veces habíamos practicado- al tiempo que le privé del arma y lo herí de un culetazo en la cabeza, lo dejé sangrando y esperé que lo encontraran y no lo dejaran morir. Regresamos con los demás y no dimos detalles, él era el esposo de Alba y aunque malo, a ella la hubiera herido saber lo que le había pasado. Dijimos que tomaríamos la ruta del este y allá nos dirigimos. Enrriqueta nos halló en el camino y con lágrimas en los ojos nos contó de todos los suyos que había enfrentado y solo a ella le contamos lo pasado con Pedro. Caminamos simplemente avanzando, sin saber lo que había en próxima curva...
Desperté con un mal sabor en la boca. Sí, lo peor era que no había opción, aunque mi mamá pensara que no vale la pena, hay que definir las compañías por los ideales, de lo contrario, uno va a claudicar al pensamiento del otro; y el mío vale más que el de ellos...

viernes, 30 de julio de 2010

Otra vez lágrimas

¡Amiga! Pero qué bueno es saber de ti. No sabes lo que me alegra hablarte, estos días han sido una locura y pensé buscarte pero no sabía si ibas a estar en tu casa. Sí, qué bien. Bueno, empecemos con lo liviano: Renata, está preciosa, grandísima…La verdad es que no paso tanto tiempo con ella ya, entre esto y aquello apenas nos vemos unos minutos al día pero no creas que he dejado de canturrearle y hablarle de cada cosa. Las otras, bueno, ya sabes cómo son Susette y Rubí, y las demás están bien. Sí, siempre les comento de ti aunque sea un poco. ¿Y tú…? Eso suena bien, me alegro mucho. Pues he estado ajetreada con las clases, y haciendo un par de cosas aquí y allá. Sí, en las noches duermo lo de siempre. Se me ha ocurrido ir a ver una película de sueños en estos días y para variar apenas descansé entre pesadilla y sobresalto. Sí, yo lo sé… Ay Luna es que no llega, no llega. La inspiración se me escapa entre suspiro y parpadeo y apenas logro organizar algo que me termine de gustar y las ideas están revoloteando de nuevo en la cabeza de aquí allá sin que nada parezca tener sentido. ¡Es que hay tanto ruido en mi silencio! No sabes la de cosas que vienen y van a mi cabeza, a mi mente, que dan golpes, se estrellan, vagan, quieren salir… Y sí, sigo caminando, ando y desando el camino en las mañanas y las noches, me compré mi quinto par de gafas en el verano y no, no dejo de intentarlo. Tú mejor que nadie lo sabes y no sé porqué me lo preguntas. Cada mañana me levanto y me paro en el mismo sitio, miro abajo del balcón, veo el mismo camino de todos los días, suspiro, me tomo el café, río y lo pido, pero es que no llega y no sé qué más hacer, lo lamento. Pero ahora dime tú, ¿es que acaso te va mejor? Lo imaginaba…sí, te entiendo…Perfecto, claro, deberíamos vernos…me haces falta, a lo mejor y hasta me llega algo jeje… Bien, cuídate también…
Y cerré las puertas de cristal y me fui a la cama a pasar otra noche sin sueño…

miércoles, 28 de julio de 2010

Lluvia enredada

Cerré de un portazo. Me tumbé en el sillón del pasajero mientras que Enrriqueta conducía. Aquella escena me era tan familiar que me sentí aburrida. Miré por el cristal delantero la lluvia que lo empañaba y me sentí decepcionada de nuevo. ¿Es que este clima no pensaba mejorar? Era cada vez peor y peor. Miré a Enrriqueta que me miraba y reímos. ¿Qué? Le pregunté riendo. Arrancamos de una buena vez y fuimos un trecho no muy largo, no estábamos lejos de mi casa. Aunque la verdad el tono gris del día no permitía que una apreciara el paisaje. Que fastidio, en verdad. Doblando la esquina en la plaza, vimos a María con Carlos, tomados de la mano. ¡Mira, mira! Exclamé jubilosa. Enrriqueta miró y con cara de pocos amigos dijo: Volvieron… Reí cínicamente, ellos tenían historia… ¡Qué bueno! No pude evitar decirlo… Por lo menos ella es mejor partido que el engendro anterior, y miré a la piloto y le levanté las cejas. Ella abrió los ojos de esa manera en que lo hace siempre. Unos pasos más atrás iba Vera con un trajecito amarillo. Qué raro, Vera en traje, aunque la ocasión lo amerita, cavilé. En lo que nos distrajimos dándole paso a un transeúnte, Vera se acercó a María mientras Carlos hablaba por teléfono y le plantó soberano beso en los labios. ¡Y nosotras allí viendo todo desde el asiento del carro por el cristal empañado del frente! Y como pasó, terminó, Vera siguió caminando y Carlos ni por enterado se dio. Reaccionamos cuando nos tocaron la bocina desde el carro de atrás y arrancamos despacio por la impresión. Estallé en lágrimas pero de estrés. Paola estacionó el carro en un espacio más adelante y yo desesperada. ¡Ay Dios mío! ¡Pero es que son tantas! ¡Vera! ¡Vera! ¡Vera! ¡Vera y María! ¡Ay santísimo Jesucristo! Y no podía tranquilizarme. Paola me miró sorprendida también y no dijo nada. Cuando me calmé, comentó, La verdad es que es como una proliferación de parejas homosexuales… y se quedó pensativa. Hablando de locuras, ¿sabías que Natalia va a tener un bebé? Y perdí el habla por segunda vez en menos de una hora. Aquello era impresionante. Y Paola arrancó y nos quedamos en silencio, la impresión era demasiada para decir algo. Hay que buscar la ropa para ir a vestirnos. Comenté. Sí, Amalia nos espera ya pronto para arreglarnos. ¡Qué estrés! Dijo Paola. Imagínate para ella, hoy es su día…

Y me recosté para relajarme y logré cruzar hasta acá, aunque la verdad, aquí está lloviendo igual o más…

martes, 27 de julio de 2010

Golpes y estados

¿Lo harías por mí? Te lo pido. Acepto.

Lo que uno hace por los amigos. Son ese tipo de cosas que nadie que no las haya hecho las comprende. Y aquí estaba yo aceptándole matrimonio a Rodrigo por su esposa: la política. Sí, la verdad le había puesto como condición tener mi propia cama tamaño King y un jardín lleno de plantas pero para él estos eran caprichos míos minúsculos que fácilmente se resolvían en Home Depot. Grande, importante era lo que estaba por suceder.

Pero que conste que nadie lo puede saber, esto es entre tú y yo. Insistió. Estoy completamente segura, le contesté. Ni siquiera tu mamá o Paola o Vera. Puntualizó. Hice una mueca, esperaba que ellas lo adivinaran. Si, y refunfuñé.

Aquella casa tenía demasiadas cortinas. Me gustaban los colores pero había demasiadas, en cada división de los cuartos, en las ventanas, en todas partes cortinas, era asfixiante. Encontré mi cuarto rápido, era una casa normal, ni muy grande ni muy pequeña. Rodrigo fue directamente a un cuarto que había asignado como biblioteca y yo vagué curioseando. Mi casa. Increíble. Con Rodrigo. Y me destornillé de la risa por la ironía de la situación.

Se ven tan felices. Muy en el fondo nosotras sabíamos que eran el uno para el otro. Sí, ella lo negaba pero… Comentaban las muchachas en la recepción pensando que yo no las escuchaba. Al fin, esto es lo que tanto quería para ella. Decía mi mamá con lágrimas en los ojos. Sonríe, los de allá van a tomar una foto, me urgía Rodrigo. Gracias otra vez. Me dijo. Ay ya deja de agradecer porque me voy a arrepentir y te voy a pedir el divorcio. Bromeé. Eso sí que no, me contestó serio. Lo miré a los ojos y lo besé de mentira para la foto que mi hermano iba a tomar; esas clases de teatro que habíamos tomado juntos el año pasado no habían sido una pérdida de tiempo después de todo.

Entró al cuarto y se detuvo en la puerta. Yo me voy el martes, ¿quieres hacer algo? ¿quieres salir…? Y dejó la pregunta en el aire. Me da igual. Le contesté. Yo voy a estar en el despacho, me avisas. Dijo sin complicaciones y se fue. Bah, aquel sitio se sentía vacío, había dejado el bullicio de vivir con mis amigas por un matrimonio falso, las extrañaba. Matrimonio. Miré mi mano izquierda. Estaba casada. Mmm, así se sentía estar casado… raro, para decir verdad, un poco de soledad sin los amigos, un poco emocionante…

Vengo a quedarme unos días aquí contigo. Anunció Camila al tiempo que se instalaba en el cuarto frente al mío. Sí, su papá sospechaba algo pero no se atrevía espiarme él mismo, había mandado a las niñas para que me observaran. Aunque lo cierto es que no me molestaba en lo absoluto, Amalia y Camila eran dos caramelos, compañía en esos días oscuros de la casa con cortinas. La única otra persona con la que hablaba frecuentemente era con el chofer-jardinero-guardaespaldas que me había asignado Rodrigo, un muchacho un poco mayor que nosotros que se pasaba casi el día entero en mi casa y hablábamos sin cesar mientras cuidábamos las plantas, pasión que compartíamos.

Mañana vamos a celebrar el cumpleaños de mami a las ocho de la mañana en el Starbucks Café
de San Patricio, Pablo te va a llevar. Me informó Amalia cuando ya se iba, cansada de buscar algo raro en mi ‘relación’ con Rodrigo. Perfecto, le contesté. Tan temprano, pensé.

Todo lo que necesito es que escribas esto y se lo envíes a Fernando. Sí, todo va bien, si sigue resultando así regresaremos antes de lo pensado, me aseguró. Qué bueno, no te preocupes, yo me encargo de dárselo, cuídate.

En el fondo me asustaba que regresaran, ¿qué era lo que iba a pasar después? Sí, sabía a perfección lo que sucedería pero me preocupaba que fuera tan pronto, y en lo que se movilizaba todo, ¿tendría que seguir fingiendo este matrimonio? Eso me hastiaba, me molestaba tanto que nadie se diera cuenta, aunque en el fondo guardaba bien las apariencias, pero ¿es que mis amigas no me conocían lo suficiente para saberlo? Y mi mamá…me molestaba sobremanera, estaba a punto de querer gritarlo desde la terraza. Me dormí con esas palabras de “regresaremos antes de lo pensado” revoloteando en mi mente y tuve una pesadilla. Desperté tarde, había olvidado programar la alarma. Me vestí en un abrir y cerrar de ojos y Pablo me llevó, llegué justo a tiempo. Estaba mi vecina, que sufría por mi separación de Rodrigo (jodida entremetida) mi suegra, que cumplía años, mi suegro, las niñas, mi mamá, mi hermana y Paola y Vera. Reímos un buen rato y les conté de Rodrigo, ellos no hablaban con él. Ese era el propósito de nuestro casamiento, que a él le permitieran comunicación constante conmigo y poder pasar la información hasta acá. Al par de horas me vencí.

¡Pablo, Pablo, Pablo! Lo necesitaba pero no estaba por ninguna parte. Fui al baño de una vez pensando prepararme primero y después intentar localizarlo otra vez. Abrí la puerta y allí estaba él tomando una ducha. Perdóname, ya salgo…comenzó a disculparse. Me paralicé pero permanecí allí parada mirándolo. Me desvestí sin pensarlo y el lecho matrimonial lo estrené con el jardinero, qué cliché. Me levanté e intentando maquillarme rompí un cuadro de al lado del tocador de mi cuarto. Del coraje, arranqué las cortinas y me eché a llorar al piso, qué frustrante era aquello, amar y por un compromiso a la lealtad del amor más puro de una amistad no poder dejarlo ser. Para variar, estaba todo al revés en mi vida.

Me vestí y fui hasta el aeropuerto. Lloré y lo justifiqué con emoción y alegría pero la verdad era de miedo, su rostro marcaba la unión entre mis pesadillas y la realidad en un punto absurdo y cercano de rival convergencia. Y Pablo me sonrió detrás del beso de Rodrigo. Reí…y desperté al fin.

martes, 20 de julio de 2010

Entre el cielo y el infierno

Despierto y me sacudo la modorra. Tuve uno de esos sueños de los que uno apenas se repone en unas cuantas horas. No lo recordaba con claridad pero apuesto a que después del desayuno iba a haber algo que escribir. Me vestí para hacer ejercicio y decidí tratar con el gimnasio; en estos últimos días había estado cerrado pero hoy tal vez era mi día de suerte. Bajé los 16 pisos hasta el sótano y ¡suerte la mía! Abierto, con las luces más brillantes que nunca y un par de máquinas nuevas; la espera había valido la pena. Me estiré apenas en el umbral y seguí hasta mi máquina favorita, ya más tarde probaría las nuevas. Hice la mitad de la rutina cuando llegó este muchacho alto y apuesto que había visto un par de veces anteriormente en el edificio. Sonrió y se fue al banco de pesas. Al rato, caigo en la cuenta de que llevo 25 repeticiones al revés de los “squads” que estoy haciendo. El se ríe y me dice: “bueno, pensé que lo estabas haciendo adrede…” con una risita en los labios. Claro, dije entre dientes molesta, esto solo me pasa a mí… Igual, se te ven unas piernas muy bonitas si lo haces de esa manera, añadió y en ese momento sentí que un calor rojo se apoderaba de mi piel. A ti también…contesté intentando ser coqueta pero demasiado preocupada por lo roja que me estaba poniendo. Tomé mi botella de agua y subí. Seguía sin recordar lo que había soñado. Ya se me había hecho tarde para las clases de la mañana. Me bañe en lo que conté hasta cien y me vestí con unos mahones y una camiseta ligera, el calor en estos días era insoportable. Tomé una ruta larga, tal vez demasiado por lo tarde que iba ya, y me topé con un incidente en plena avenida. Un asesinato en un puesto de gasolina había paralizado el tráfico y varios carros patrulla y ambulancias se alineaban a la orilla de la carretera. Aparqué en la congestión vehicular, no era posible que se moviera en breve, saqué el carné de PRENSA y la libreta de notas y me dispuse a ejercer asustada. Según me acercaba uno de los individuos que se hallaba tendido en medio de la carretera se me hacía familiar, hasta que apareció Rubén, vestido de policía y me dijo: Pero qué bueno que llegaste, hazte cargo de este chiquillo ¿sí? Regreso rápido. Y me dejaba al frente un niño de unos ocho años que me miraba asustado. No supe qué hacer. ¿Quieres un mantecado? Le pregunté a falta de algo más creativo que decir. El chiquillo asintió. Caminamos en dirección a un Mc’ Donalds que había a unas cuadras y compramos dos barquillas. Miré el reloj y me di cuenta de que ya no llegaría a mi primera clase, perfecto, pensé con ironía. En ese momento, apareció una figura detrás del niño y dijo: Así que tú lo estás protegiendo… en un tono amenazador y de puro instinto salimos corriendo tomados de la mano. Rubén apareció en el instante exacto, tomó al niñito y lo subió a uno de los carros patrulla. Yo seguí la carrera, tomé mi carro, lo puse en segunda y aceleré en la huida detrás del carro oficial. Estacioné en el primer espacio vacío que vi y me bajé y di los pasos justos hasta el tren. Me sentí más segura una vez pisé la plataforma y constaté que nadie me seguía y solo faltaban dos minutos para que llegara el tren. Abordé con el corazón al galope aún y me senté, eran cuatro minutos hasta la universidad. Me acomodé hacia atrás y cerré los ojos. Me di cuenta de que me había quedado dormida cuando otro tren pasó por mi lado y al segundo siguiente estaba montada en este. Una mujer delgada se me acercó y me dijo: Tienes dos opciones, quédate con nosotros y todo será un poco mejor, hoy has salvado a este niño, falta mucho por hacer todavía, eres buena. Y sonrió. Me sentía confundida, este mal sueño me iba a costar perderme la próxima clase. Respiré. El tren se detuvo justo frente al condominio donde vivo. Quedé sola en mi asiento e intenté escapar. Corrí hasta el ascensor y allí estaba el muchacho guapo de la mañana. Bueno, al menos mi mente no me trata tan mal… Vaya, es la segunda vez que te veo hoy, el destino ha cruzado esto…dijo y rió. ¿Cómo tú te llamas? Le cuestioné aturdida. Puedo ser quien quiera que tú quieras o necesites, Carlos, José, Manuel, Joel…y me dejó más confundida que antes. Me pasó un papelito con un número de teléfono pequeñito y arriba “Joel”. El sabía algo más de mí que yo desconocía de él. El ascensor se detuvo y se abrió en el salón de mi profesora de redacción. La mujer delgada apareció nuevamente, ‘Joel’ se fue riendo y ella me dijo: tú escoges, el cielo o el infierno. Quise, rogué y le imploré a Dios despertar justo en ese momento porque mi cabeza era un enjambre de abejas que apenas me dejaba respirar pero no oía nada. Este es tu cielo; me presionaba. Miré y no veía nada distinto, solo el salón y yo con una sonrisa. O puedes tener esto, y escuchaba cómo la profesora criticaba mi trabajo y se reían de mis errores, justo como en la sesión anterior. Así que había estado viviendo entre mi propio infierno y el cielo que no reconocía…
Lloré, lloré, lloré de impotencia porque lo tenía todo de frente y no podía escoger, y Doña Deli me apretaba fuerte contra su pecho y me pasaba la mano por la cabeza pero esta vez no me decía nada. No despertaba, ni de este ni del otro. Las lágrimas bajaban quedito por mis mejillas y escogí. Entonces me hallé en el pasillo frente a mi apartamento, junto a mi puerta llorando. El chico apuesto pasó y se detuvo, me miró con curiosidad y se sentó a mi lado. No dijo nada, reí en medio del llanto, había escogido bien, tenía que pasar el infierno aquí para conocer el cielo con certeza. Pero aún no iba a despertar, las voces me hablaban, quédate, Dana, no te vayas…y la conciencia me llamaba pero la voluntad no me alcanzaba.

lunes, 12 de julio de 2010

Deslumbrante realidad

Me miré en el espejo un par de veces más. Wao... Amalia sí que tiene buen gusto. Aquel traje con todo y el largo que me parecía absurdo a mitad de pierna y lo excesivamente vaporoso a la altura de las caderas hasta me favorecía. Me miré de nuevo, ya avergonzada de hurgar tanto en mi reflejo y le di los últimos detalles a mi maquilaje. Eso lo había podido hacer yo misma y me parecía estupendo. Aunque mi pelo estaba algo alborotado en mi cabeza, el largo permitía que luciera hasta bien. Si, ese es el beneficio de los pelos largos, cavilaba mientras me observaba nuevamente. En eso, pienso en Paola, que está justo detrás de la mampara y la levanto y me detengo cuando la veo. Era exactamente el mismo traje solo que en un tono azul cielo. Era que nos veíamos tan bien que era sorprendente. Esto me estresa. Le dije con honestidad señalando el único capricho con el que no podía lidiar de la novia: aquellas tenis converse rosas me desesperaban. Pues lo que es a mí, me encantan. Confesó Paola. Claro, tú con tal de no ponerte tacones, accedes a cualquier cosa, aunque se vea fatal...le recriminé. No se ven fatales, tienen estilo... Y la miré de nuevo y miré nuestros reflejos en el espejo de ella y quise llorar. Bueno, es que estaba emocionada, no era mi primera vez, pero en esta ocasión, era la hermana de Rodrigo, ¡la peque Amalia la que se nos casaba! ¿Tu ves? ¡Es terrible! exclamó Paola. Y de inmediato me llevé las manos al cabello, sí, era terrible pero es que no sabía por dónde empezar... Se nos casa Amalia que es dos generaciones menos y nosotras seguimos aquí...lloriqueó Paola con lágrimas secas para evitar que el maquillaje perfecto por mano de Lucy se corriera. Reí. Ay Paola, tú no cambias...vente, vamos a comprarte un mantecado para que se te pase eso durante la ceremonia... Pero, ¿ya tú estás lista? Me preguntó preocupada de repente. Sí, bueno, me falta el pelo pero es que no sé qué voy a hacerme, está tan largo que no sé...por eso yo me lo corto, porque no sé manejarlo...le expliqué. Déjatelo así, te queda bien, ponte una cintita así...y me explicó ella con la simpleza de su personalidad. Reí otra vez más. Acomodamos aquel mundo de chifón y crepé dentro del carro como pudimos, tratando de no arruinar las piedritas que lo complementaban y arrancamos a toda velocidad hacia la estación de gasolina a unas pocas cuadras. Nos bajamos con nuestros atuendos de gala ante la mirada extrañada del dependiente que nos sonrió con curiosidad, pagamos y salimos ajoradas bajo unas lloviznas pertinaces que atentaban contra nuestra perfección premeditada. Conduje hasta la boutique de nuevo y aparcamos pero no nos pudimos bajar por el aguacero. Nos acabamos el mantecado mientras hacía malabares para acomodar mi pelo y que se viera bien, aunque fuera para las fotos, mira que yo a Amalia la quería un montón y ni yo misma me iba a perdonar aparecer despeinada en las fotos de un día tan especial. Lo peor de todo es encontrarnos con los amigos ya casados de Rodigo, insistía Paola. Pero que complejo. Y entre el reflejo incompleto del retrovisor y mi cara deslumbrante, cerré los ojos para tranquilizarme y crucé el puente a este lado donde Amalia apenas está conociendo a su primer amor...

viernes, 9 de julio de 2010

Confusión teatral

Me aliso el delantal sobre las piernas. Aprieto el nudo que lo ata a mi espalda y respiro. Respiro despacio porque ya sé qué es lo que va a pasar, es solo un día más de trabajo. Salgo de la cocina y me acomodo detrás del mostrador. Van pasando personas de quienes no veía sus caras, rostros iguales, diferentes pero ninguno particular. Sonrío, soy amable si son amables, bromeo con Ramón entre ir y venir y me río de las cosas que nos pasan. Hasta que llega Damián. Su presencia me presiona. Entra hasta la cocina, se coloca el delantal y me sonríe. No es él. Es que él me gusta. Bueno, es su personalidad…no lo sé, me siento incómoda en su compañía. Sonrío por que la cortesía me lo exige pero la verdad es que no lo conozco, no hay nada que me haga sentir tan cómoda con él como con Ramón. Entran más personas y lo mismo. De pronto el cielo se va volviendo más oscuro. Busco las nubes con la mirada y apenas las encuentro. No hay cielo aquí. Un techo negro y unas cortinas que se extienden de lado a lado justo sobre nuestras cabezas. Miro al frente y de pronto no están los cristales que leen Café y hay cientos de pares de ojos observando con detenimiento mi expresión de desconcierto. Ramón me llama con unas palabras que me parecía haber escuchado antes muchas veces, ensayadas, que conocía de memoria pero al mismo tiempo lejanas, frías. Es que aquel era un día normal, pero era repetitivo, todo había sido exactamente igual a ayer pero eran otros días, era como estar en automático y repeat, no había nada nuevo. Y al tiempo que me daba cuenta, todos observaban como si conocieran también lo que iba a pasar después y esperaran a que comenzara a terminar aquella escena absurda que sabía ya pero no comprendía. Entonces Damián, o porque le correspondía o al leer la incertidumbre en mi rostro se me acercó y me dijo algo que me sacó del trance. Caminé detrás del mostrador y seguí con lo que estaba haciendo ignorando a los demás. En un momento en el que no sabía que más pasaba en aquella obra extraña que era mi día de trabajo, Damián comienza a hablarme y se me acerca tanto que puedo sentir su aliento en mi cara. Y de repente siento deseos de besarlo. Y pasa Ramón con los carteles que va a pegar junto a la puerta de cristal y la escena queda invisible para el público pero es más que evidente que suponen el beso magistral pero Damián me mira y me dice: Ellos no saben que no está pasando. Y se queda serio mientras me toma por la cintura en el momento en que Ramón se movía. Pero yo sí quería besarlo. ¡Yo quería que me besara! Y el público estúpido se levantaba y aplaudían y algunos hasta lloraban pero aquellas caras ajenas, ¿Por qué? ¿Qué les gusta tanto de mi vida? Esto es mi diario ¿qué aplauden? Y comienzo a desesperarme cuando Damián se va. Trato de seguirlo y no lo logro, después de unos minutos lo alcanzo y le cuestiono ¿pero qué fue aquello? Y él me mira y me dice: Parte de mi papel. ¿Pero qué papel? Es que no lo comprendo… Y Ramón me llama porque faltan cosas por terminar y ya casi es hora de cerrar, porque esto no es una obra, es mi sábado en la cafetería y no un papel pero ellos no lo entienden y Damián piensa que estoy mal porque para él es un papel pero para mí no…Y miro el público, a Damián, a Ramón que me espera, la cafetería que es un teatro y mi trabajo y me bloqueo. Me fallan las piernas y se me cierran los ojos.
Despierto de un salto y veo que voy tarde. Solo espero que Ramón no note que apenas dormí; pienso. Me visto y me aliso el delantal sobre las piernas.

miércoles, 7 de julio de 2010

Confusión y café

Sentía los párpados pesados. Llevaba demasiadas horas despierta ya. Tendría que haberme acostado antes porque para estos ratos me pongo sentimental y lloro por cualquier tontería; descanso, lo que necesitaba era descanso. Abrí el portón pequeño y me detuve un segundo. ¿Por qué era que estaba aquí? No lo recordaba bien. Lo cierto es que la testosterona en el ambiente provocaba efectos adversos, me quedaba en blanco por momentos (como justo ahora) y en las noches me impedía dormir con sueños aterradores. En fin, respiré, y caminé a la puerta de la cocina, que estaba abierta, como de costumbre. Qué raro, hace falta prender las luces aquí, pensé y de inmediato recordé por qué había ido tan tarde a ver a Paola, quería preguntarle un par de tonterías pero en ese momento eran cruciales para mi teoría de las tres semanas. Yo y mi existencialismo, como decía Carlos. Para mi sorpresa, estaba la abuela de mi amiga, muy bien arreglada, con un sombrero azul, unos pantalones blancos y los labios pintados. Tan bien como siempre. Por un momento me sentí extraña. Ella me sonrió y sentí que se me estaba pasando algo importante. Mi intuición estaba fallando otra vez, esto es peor de lo que pensaba. Ven y siéntate Dana, vamos a tomarnos un café. Y sacaba la tetera de encima de la estufa y colocaba dos tacitas encima de la barrita de la cocina. Servía café y leche en cada una, la cantidad exacta de azúcar y se sentaba frente a mí con una sonrisa. Se veía mucho más joven que la última vez. Entonces mis ojos se anegaron en lágrimas y lo recordé. Doña Deli falleció hace un mes. El pensamiento me dio un latigazo y sentí tantas ganas de llorar, demasiadas ganas de llorar, pero ella ponía su mano en mi hombro y me sonreía de nuevo. Las lágrimas bajaron despacio por mis mejillas mientras ella disfrutaba su café. “Pero qué tu quieres que yo te diga si ya tienes la respuesta…” me decía riendo al tiempo que recogía ambas tacitas ya vacías y se alejaba riendo aún. Movía la cabeza como suelen hacerlo las abuelitas, con la confianza y la certeza de que en algún momento vamos a entrar en razón. Pero yo no había logrado despegar los labios, ¿cómo ella sabía lo que le iba a preguntar? Un nuevo torbellino de dudas aleteó en mi cabeza de manera fugaz mientras ella me consolaba de nuevo. ¿Pero por qué yo? Conseguí articular con un sollozo. Y ella rió. Se alejó hacia el closet del pasillo pero la perdí de vista. En ese momento se acercó Paola con el abuelo, iban saliendo. Pero chica, ¿qué te pasa? ¿Qué haces aquí? Me preguntó ella confundida de encontrarme allí preocupada por mi estado, pero apenas logré separar los labios y dejar salir un llanto de confusión. El aire no alcanzaba mis pulmones, apenas podía pensar. Sollozaba ahora sola ante el desconcierto de Paola. No podía explicarle lo que sentía. Pero no podía respirar, me sentía asfixiada, el aire no me daba…
Desperté de un salto, con el corazón al galope, sudando y con los ojos anegados en lágrimas. Busco el reloj con la mirada. Son las 3:00am. Pero tengo la certeza de que no volveré a dormir. Me abrazo las piernas y me acurruco en una esquina de la cama y le envío un mensaje a Paola con las preguntas aún revoloteando en mi mente… ¿porqué yo… y no ella…?

martes, 6 de julio de 2010

Despertar

Expiré profundo. El aire salió de mis pulmones y me dejé caer sobre su pecho. Cerré los ojos mientras él me acariciaba el cabello despacio, me besó en la coronilla y rió. Te amo…susurró quedito. Reí y lo abracé como estábamos. El pasó sus manos por mi espalda y la piel se me erizó al contacto con la suya. Me acomodó, extendí mis piernas alrededor de las suyas y cerré los ojos… Me dejé llevar por el ritmo de su respiración y acompasé la mía igual hasta que navegue en mis sueños medio consciente de dónde estaba y lo bien que me sentía. Reí adormilada.

Abrí los ojos de este otro lado donde una luz me cegaba. El sol brillaba demasiado sobre nuestras cabezas, no, no hacía calor pero sentía las mejillas arreboladas de un rojo intenso. El me miró de una manera tan lejana que ya me dolía. Sentía la sensación de que no iba a despertar pronto y esta vez mi mente me iba a abofetear hasta lo imposible. Respiré y traté de convencerme de que todo era un sueño. ¿Me estás escuchando? La verdad no, pensé, pero asentí, aunque las palabras no entraban por mis oídos sabía exactamente lo que estaba diciendo. Así que mejor sigamos cada cual su camino, es mejor así, no quiero herirte con más mentiras. Respiré y cerré los ojos. Recriminé en voz alta, me descargué sin pensarlo pero su actitud era la misma. Mis ojos estaban secos. No lograba abrirlos hasta el otro lado donde él me abrazaba con calidez. El se levantó y se marchó sin decir nada más. El sol me deslumbraba de una manera insoportable. Me paré de mi silla confundida aún y vagué sin rumbo fijo esperando que la conciencia cobrara el control de nuevo. Pero sentía que estaba pasando demasiado tiempo así que me entregué. Creo que amaneció y oscureció un par de veces. Mis ojos se habían acostumbrado ya al nublazón del corazón y al llanto irracional en respuesta al acero al rojo que traía en el pecho y me hacía un roto en las noches. Llamé a una amiga para darle tiempo al tiempo y ella no hizo más que reprocharme por permanecer tan deprimida tanto tiempo. Esto no está pasando, ¿cuándo voy a despertar? Me repetía en la cama cada noche al tiempo que el corazón parecía desmoronarse una y otra vez por enésima vez en el día. Ese día tuve una pesadilla, era el vacío, todo negro y yo sola en la nada. Desperté con un grito atravesado en la garganta y me vi frente al espejo y vi que había un bulto debajo de mi blusa. ¿Qué es esto? Porqué ahora que justo acabo de pasar tan buen momento. Me preguntaba sin entender porqué estaba soñando con el noveno círculo del infierno luego de tocar con los labios el paraíso. Mi cabeza me asusta tanto, se me está saliendo de control. Cavilé mientras acariciaba mi pequeña protuberancia más abajo del estómago. Me tumbé de espaldas y busqué el celular con la mano pero no lo encontré, debajo de la almohada, de la cama, en la mesa, en el cuarto…y yo allí encerrada, sola, empecé a desesperarme de verdad... Los ojos se me anegaron en lágrimas y no pude evitar llorar desesperadamente. Estaba sola. Estaba sola. Estaba sola. Mi respiración entrecortada, sola. Ya no había un ritmo debajo de mi pecho. No había nadie que me dijera que todo iba a estar bien. Nadie que me dijera cuánto me amaba. Nadie. Yo sola. Y quise abrir los ojos pero ya estaban demasiado abiertos, el esfuerzo por ver dolía…lo único, era que no encontraba el interruptor de la luz…

lunes, 5 de julio de 2010

Repetición

Respiro. Respiro, respiro, respiro. Acabo de despertar pero siento que aún me encuentro en medio de la pesadilla. La lluvia sigue repiqueteando detrás de mis orejas contra el techo, el viento con su silbido agudo y ensordecedor, la oscuridad cerrada a mis ojos. Me siento y acomodo la cara entre mis manos, esto es frustrante. Aparto el pelo de mi rostro y me arropo más con la frisa, la brisa entra por mi ventana y enfría el cuarto. Mi respiración está entrecortada pero es más regular que hace unos minutos. Tomo el abrigo que tengo colgando de la cama, subo el zipper hasta el cuello y salgo. Procuro no levantar a nadie más y salgo al balcón de puntitas. Miro al cielo como es la costumbre y la luna, las estrellas, la niebla, todo parece irreal. Y veo una figura oscura acercarse. El frío del terror es inmenso pero estoy anclada donde estoy. Reconozco su cara y respiro de nuevo. ¿Qué haces aquí? Le pregunto. No podía dormir, ¿y tú? Igual, le contesto. No tengo ni idea de qué hora podría ser. La lluvia había menguado y me senté en el reborde de la baranda. Nos sentamos lado a lado y apoyé mi cabeza en su hombro. Esto se está volviendo recurrente ¿no? Me pregunta. Asiento pero no abro la boca, estoy empezando a adormecerme de nuevo. El se estira y me mira. Lo miro a los ojos. Y siento un deseo repentino de besarlo, de que me bese, pero él es mi amigo… Esto no tiene sentido. Intento levantarme pero estamos sentados como pegados lado a lado. ¡Quiero que me bese! Pero no pasa nada. El me mira y yo lo miro, yo y mi cobardía, me quejo para mí misma y la sed en mis labios… Empieza a llover de nuevo y me estoy empapando. El se levanta y empieza a irse pero no quiero, me bajo de donde estoy sentada pero la lluvia es demasiada, la voz no me sale, esto es absurdo, no tiene sentido, ¿qué hora es? Y despierto asfixiada de nuevo, esta vez en definitiva. Miro el reloj y apenas son las 11:00. Hace media hora me acosté y está lloviendo aún. Me asomo por la ventana y veo una figura acercarse, sí, lo reconozco, pero en esta versión, la cobardía es tanta que no me permite salir a permitir que pase lo próximo…