sábado, 31 de julio de 2010

Huída

Iba recostada de Leslie. La verdad no estábamos tan cómodas pero no había muchas más opciones. Nos bajamos, ella feliz y yo incómoda con mi atuendo de trabajo aún: una falda de lápiz, una blusa entallada y los tacones me estaban matanto; perfecto, arena era justo lo que necesitaba ahora. Me quedé descalza y caminé hasta unos niños que estaban más cerca de mí que de nadie más. Les ayudé a que el hoyo que hacían fuera más profundo. Me pesó que me llamaran para irnos. Me senté de nuevo en la parte trasera de la furgoneta y me preparé, en este tramo debía encargarme de los pequeños, que ahora eran seis. Los miré de nuevo y sentí lástima por ellos. Mi mamá y Alba no daban ni una mirada, la segunda conducía segura de hacia dónde se dirigía y la primera apenas se acostumbraba a la idea de estar huyendo. Es lo justo, es lo necesario, repetía Alba. Atravesamos el puente y pasamos inadvertidas por el peaje, ya la primera mitad estaba completada. Ahora nos cambiamos a un carromato que había que llevar con un propulsor que yo apenas entendía, los chiquillos -mi hermano, los hijos de Alba y tres más que habíamos salvado- estaban asustados y mi trabajo era simple, que no lloraran para que no nos vieran. Nos acomodamos en la parte de atrás y en varias ocasiones tuve que bajarme para ayudar a sacar el carro de un hoyo o porque se atoraba en diferentes sitios por la falta de práctica de su conductora, eso podía ser contraproducente...pensé. Al cabo de un rato, nos bajamos en la Catedral y los pequeñines desfilaron junto a los demás mientras yo me cambiaba de ropa a algo más cómodo pero no menos elegante. Cuando terminó la actividad que apenas pude entender, nos acomodamos de nuevo en la carreta con Susana, ella estaba más asustada que todos nosotras juntas y traté de tranquilizarla ocupándola con Mariana, una niñita de siete años que quería que le leyera pero yo me mareaba de leer mientras íbamos en movimiento. Susuana siempre había sido una cobarde. En eso se fue la mitad del trayecto. Cuando cayó la noche nos aparcamos y nos instalamos en un rancho que se veía abandonado detrás de unas casa, había poca luz pero teníamos que confiar en nosotros, aquello era lo más arriesgado que habíamos hecho en nuestras vidas, por nuestras vidas...Me aseguré de que estuviéramos solas y allí dormitaron mientras yo hacía la guardia, la adrenalina no me dejaba cansarme siquiera. Apareció Marta con Fernando y los recibí de buena gana, los estaba esperando. En la mañana nuestro grupo había crecido casi al doble y algunos tuvieron que irse a pie para cederle el espacio en la plataforma a los más niños. Así fuimos no sé cuanto tiempo, de repente era tanto y avanzábamos tan poco... Susana y yo tuvimos que separarnos del grupo para buscar la ruta más segura una vez atravesáramos la frontera con el próximo pueblo. En un punto en la carretera, se nos paró al lado un carro y vimos que era Pedro. Durante una fracción de segundo dudé pero después pensé que él no podía estar entre los enemigos potenciales, tal vez se había separado de nosotros para no atraer atención...nos montamos en el carro con él y fuimos un trecho. De repente él se quejó de dolor en el pecho, se detuvo y se bajó, nosotras nos alarmamos y cuando bajamos él nos apuntó con un arma. La reconocía bien. Había supuesto mal. Susana brincó atrayendo la atención-como tantas veces habíamos practicado- al tiempo que le privé del arma y lo herí de un culetazo en la cabeza, lo dejé sangrando y esperé que lo encontraran y no lo dejaran morir. Regresamos con los demás y no dimos detalles, él era el esposo de Alba y aunque malo, a ella la hubiera herido saber lo que le había pasado. Dijimos que tomaríamos la ruta del este y allá nos dirigimos. Enrriqueta nos halló en el camino y con lágrimas en los ojos nos contó de todos los suyos que había enfrentado y solo a ella le contamos lo pasado con Pedro. Caminamos simplemente avanzando, sin saber lo que había en próxima curva...
Desperté con un mal sabor en la boca. Sí, lo peor era que no había opción, aunque mi mamá pensara que no vale la pena, hay que definir las compañías por los ideales, de lo contrario, uno va a claudicar al pensamiento del otro; y el mío vale más que el de ellos...

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