miércoles, 7 de julio de 2010

Confusión y café

Sentía los párpados pesados. Llevaba demasiadas horas despierta ya. Tendría que haberme acostado antes porque para estos ratos me pongo sentimental y lloro por cualquier tontería; descanso, lo que necesitaba era descanso. Abrí el portón pequeño y me detuve un segundo. ¿Por qué era que estaba aquí? No lo recordaba bien. Lo cierto es que la testosterona en el ambiente provocaba efectos adversos, me quedaba en blanco por momentos (como justo ahora) y en las noches me impedía dormir con sueños aterradores. En fin, respiré, y caminé a la puerta de la cocina, que estaba abierta, como de costumbre. Qué raro, hace falta prender las luces aquí, pensé y de inmediato recordé por qué había ido tan tarde a ver a Paola, quería preguntarle un par de tonterías pero en ese momento eran cruciales para mi teoría de las tres semanas. Yo y mi existencialismo, como decía Carlos. Para mi sorpresa, estaba la abuela de mi amiga, muy bien arreglada, con un sombrero azul, unos pantalones blancos y los labios pintados. Tan bien como siempre. Por un momento me sentí extraña. Ella me sonrió y sentí que se me estaba pasando algo importante. Mi intuición estaba fallando otra vez, esto es peor de lo que pensaba. Ven y siéntate Dana, vamos a tomarnos un café. Y sacaba la tetera de encima de la estufa y colocaba dos tacitas encima de la barrita de la cocina. Servía café y leche en cada una, la cantidad exacta de azúcar y se sentaba frente a mí con una sonrisa. Se veía mucho más joven que la última vez. Entonces mis ojos se anegaron en lágrimas y lo recordé. Doña Deli falleció hace un mes. El pensamiento me dio un latigazo y sentí tantas ganas de llorar, demasiadas ganas de llorar, pero ella ponía su mano en mi hombro y me sonreía de nuevo. Las lágrimas bajaron despacio por mis mejillas mientras ella disfrutaba su café. “Pero qué tu quieres que yo te diga si ya tienes la respuesta…” me decía riendo al tiempo que recogía ambas tacitas ya vacías y se alejaba riendo aún. Movía la cabeza como suelen hacerlo las abuelitas, con la confianza y la certeza de que en algún momento vamos a entrar en razón. Pero yo no había logrado despegar los labios, ¿cómo ella sabía lo que le iba a preguntar? Un nuevo torbellino de dudas aleteó en mi cabeza de manera fugaz mientras ella me consolaba de nuevo. ¿Pero por qué yo? Conseguí articular con un sollozo. Y ella rió. Se alejó hacia el closet del pasillo pero la perdí de vista. En ese momento se acercó Paola con el abuelo, iban saliendo. Pero chica, ¿qué te pasa? ¿Qué haces aquí? Me preguntó ella confundida de encontrarme allí preocupada por mi estado, pero apenas logré separar los labios y dejar salir un llanto de confusión. El aire no alcanzaba mis pulmones, apenas podía pensar. Sollozaba ahora sola ante el desconcierto de Paola. No podía explicarle lo que sentía. Pero no podía respirar, me sentía asfixiada, el aire no me daba…
Desperté de un salto, con el corazón al galope, sudando y con los ojos anegados en lágrimas. Busco el reloj con la mirada. Son las 3:00am. Pero tengo la certeza de que no volveré a dormir. Me abrazo las piernas y me acurruco en una esquina de la cama y le envío un mensaje a Paola con las preguntas aún revoloteando en mi mente… ¿porqué yo… y no ella…?

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