martes, 27 de julio de 2010

Golpes y estados

¿Lo harías por mí? Te lo pido. Acepto.

Lo que uno hace por los amigos. Son ese tipo de cosas que nadie que no las haya hecho las comprende. Y aquí estaba yo aceptándole matrimonio a Rodrigo por su esposa: la política. Sí, la verdad le había puesto como condición tener mi propia cama tamaño King y un jardín lleno de plantas pero para él estos eran caprichos míos minúsculos que fácilmente se resolvían en Home Depot. Grande, importante era lo que estaba por suceder.

Pero que conste que nadie lo puede saber, esto es entre tú y yo. Insistió. Estoy completamente segura, le contesté. Ni siquiera tu mamá o Paola o Vera. Puntualizó. Hice una mueca, esperaba que ellas lo adivinaran. Si, y refunfuñé.

Aquella casa tenía demasiadas cortinas. Me gustaban los colores pero había demasiadas, en cada división de los cuartos, en las ventanas, en todas partes cortinas, era asfixiante. Encontré mi cuarto rápido, era una casa normal, ni muy grande ni muy pequeña. Rodrigo fue directamente a un cuarto que había asignado como biblioteca y yo vagué curioseando. Mi casa. Increíble. Con Rodrigo. Y me destornillé de la risa por la ironía de la situación.

Se ven tan felices. Muy en el fondo nosotras sabíamos que eran el uno para el otro. Sí, ella lo negaba pero… Comentaban las muchachas en la recepción pensando que yo no las escuchaba. Al fin, esto es lo que tanto quería para ella. Decía mi mamá con lágrimas en los ojos. Sonríe, los de allá van a tomar una foto, me urgía Rodrigo. Gracias otra vez. Me dijo. Ay ya deja de agradecer porque me voy a arrepentir y te voy a pedir el divorcio. Bromeé. Eso sí que no, me contestó serio. Lo miré a los ojos y lo besé de mentira para la foto que mi hermano iba a tomar; esas clases de teatro que habíamos tomado juntos el año pasado no habían sido una pérdida de tiempo después de todo.

Entró al cuarto y se detuvo en la puerta. Yo me voy el martes, ¿quieres hacer algo? ¿quieres salir…? Y dejó la pregunta en el aire. Me da igual. Le contesté. Yo voy a estar en el despacho, me avisas. Dijo sin complicaciones y se fue. Bah, aquel sitio se sentía vacío, había dejado el bullicio de vivir con mis amigas por un matrimonio falso, las extrañaba. Matrimonio. Miré mi mano izquierda. Estaba casada. Mmm, así se sentía estar casado… raro, para decir verdad, un poco de soledad sin los amigos, un poco emocionante…

Vengo a quedarme unos días aquí contigo. Anunció Camila al tiempo que se instalaba en el cuarto frente al mío. Sí, su papá sospechaba algo pero no se atrevía espiarme él mismo, había mandado a las niñas para que me observaran. Aunque lo cierto es que no me molestaba en lo absoluto, Amalia y Camila eran dos caramelos, compañía en esos días oscuros de la casa con cortinas. La única otra persona con la que hablaba frecuentemente era con el chofer-jardinero-guardaespaldas que me había asignado Rodrigo, un muchacho un poco mayor que nosotros que se pasaba casi el día entero en mi casa y hablábamos sin cesar mientras cuidábamos las plantas, pasión que compartíamos.

Mañana vamos a celebrar el cumpleaños de mami a las ocho de la mañana en el Starbucks Café
de San Patricio, Pablo te va a llevar. Me informó Amalia cuando ya se iba, cansada de buscar algo raro en mi ‘relación’ con Rodrigo. Perfecto, le contesté. Tan temprano, pensé.

Todo lo que necesito es que escribas esto y se lo envíes a Fernando. Sí, todo va bien, si sigue resultando así regresaremos antes de lo pensado, me aseguró. Qué bueno, no te preocupes, yo me encargo de dárselo, cuídate.

En el fondo me asustaba que regresaran, ¿qué era lo que iba a pasar después? Sí, sabía a perfección lo que sucedería pero me preocupaba que fuera tan pronto, y en lo que se movilizaba todo, ¿tendría que seguir fingiendo este matrimonio? Eso me hastiaba, me molestaba tanto que nadie se diera cuenta, aunque en el fondo guardaba bien las apariencias, pero ¿es que mis amigas no me conocían lo suficiente para saberlo? Y mi mamá…me molestaba sobremanera, estaba a punto de querer gritarlo desde la terraza. Me dormí con esas palabras de “regresaremos antes de lo pensado” revoloteando en mi mente y tuve una pesadilla. Desperté tarde, había olvidado programar la alarma. Me vestí en un abrir y cerrar de ojos y Pablo me llevó, llegué justo a tiempo. Estaba mi vecina, que sufría por mi separación de Rodrigo (jodida entremetida) mi suegra, que cumplía años, mi suegro, las niñas, mi mamá, mi hermana y Paola y Vera. Reímos un buen rato y les conté de Rodrigo, ellos no hablaban con él. Ese era el propósito de nuestro casamiento, que a él le permitieran comunicación constante conmigo y poder pasar la información hasta acá. Al par de horas me vencí.

¡Pablo, Pablo, Pablo! Lo necesitaba pero no estaba por ninguna parte. Fui al baño de una vez pensando prepararme primero y después intentar localizarlo otra vez. Abrí la puerta y allí estaba él tomando una ducha. Perdóname, ya salgo…comenzó a disculparse. Me paralicé pero permanecí allí parada mirándolo. Me desvestí sin pensarlo y el lecho matrimonial lo estrené con el jardinero, qué cliché. Me levanté e intentando maquillarme rompí un cuadro de al lado del tocador de mi cuarto. Del coraje, arranqué las cortinas y me eché a llorar al piso, qué frustrante era aquello, amar y por un compromiso a la lealtad del amor más puro de una amistad no poder dejarlo ser. Para variar, estaba todo al revés en mi vida.

Me vestí y fui hasta el aeropuerto. Lloré y lo justifiqué con emoción y alegría pero la verdad era de miedo, su rostro marcaba la unión entre mis pesadillas y la realidad en un punto absurdo y cercano de rival convergencia. Y Pablo me sonrió detrás del beso de Rodrigo. Reí…y desperté al fin.

No hay comentarios:

Publicar un comentario