martes, 20 de julio de 2010

Entre el cielo y el infierno

Despierto y me sacudo la modorra. Tuve uno de esos sueños de los que uno apenas se repone en unas cuantas horas. No lo recordaba con claridad pero apuesto a que después del desayuno iba a haber algo que escribir. Me vestí para hacer ejercicio y decidí tratar con el gimnasio; en estos últimos días había estado cerrado pero hoy tal vez era mi día de suerte. Bajé los 16 pisos hasta el sótano y ¡suerte la mía! Abierto, con las luces más brillantes que nunca y un par de máquinas nuevas; la espera había valido la pena. Me estiré apenas en el umbral y seguí hasta mi máquina favorita, ya más tarde probaría las nuevas. Hice la mitad de la rutina cuando llegó este muchacho alto y apuesto que había visto un par de veces anteriormente en el edificio. Sonrió y se fue al banco de pesas. Al rato, caigo en la cuenta de que llevo 25 repeticiones al revés de los “squads” que estoy haciendo. El se ríe y me dice: “bueno, pensé que lo estabas haciendo adrede…” con una risita en los labios. Claro, dije entre dientes molesta, esto solo me pasa a mí… Igual, se te ven unas piernas muy bonitas si lo haces de esa manera, añadió y en ese momento sentí que un calor rojo se apoderaba de mi piel. A ti también…contesté intentando ser coqueta pero demasiado preocupada por lo roja que me estaba poniendo. Tomé mi botella de agua y subí. Seguía sin recordar lo que había soñado. Ya se me había hecho tarde para las clases de la mañana. Me bañe en lo que conté hasta cien y me vestí con unos mahones y una camiseta ligera, el calor en estos días era insoportable. Tomé una ruta larga, tal vez demasiado por lo tarde que iba ya, y me topé con un incidente en plena avenida. Un asesinato en un puesto de gasolina había paralizado el tráfico y varios carros patrulla y ambulancias se alineaban a la orilla de la carretera. Aparqué en la congestión vehicular, no era posible que se moviera en breve, saqué el carné de PRENSA y la libreta de notas y me dispuse a ejercer asustada. Según me acercaba uno de los individuos que se hallaba tendido en medio de la carretera se me hacía familiar, hasta que apareció Rubén, vestido de policía y me dijo: Pero qué bueno que llegaste, hazte cargo de este chiquillo ¿sí? Regreso rápido. Y me dejaba al frente un niño de unos ocho años que me miraba asustado. No supe qué hacer. ¿Quieres un mantecado? Le pregunté a falta de algo más creativo que decir. El chiquillo asintió. Caminamos en dirección a un Mc’ Donalds que había a unas cuadras y compramos dos barquillas. Miré el reloj y me di cuenta de que ya no llegaría a mi primera clase, perfecto, pensé con ironía. En ese momento, apareció una figura detrás del niño y dijo: Así que tú lo estás protegiendo… en un tono amenazador y de puro instinto salimos corriendo tomados de la mano. Rubén apareció en el instante exacto, tomó al niñito y lo subió a uno de los carros patrulla. Yo seguí la carrera, tomé mi carro, lo puse en segunda y aceleré en la huida detrás del carro oficial. Estacioné en el primer espacio vacío que vi y me bajé y di los pasos justos hasta el tren. Me sentí más segura una vez pisé la plataforma y constaté que nadie me seguía y solo faltaban dos minutos para que llegara el tren. Abordé con el corazón al galope aún y me senté, eran cuatro minutos hasta la universidad. Me acomodé hacia atrás y cerré los ojos. Me di cuenta de que me había quedado dormida cuando otro tren pasó por mi lado y al segundo siguiente estaba montada en este. Una mujer delgada se me acercó y me dijo: Tienes dos opciones, quédate con nosotros y todo será un poco mejor, hoy has salvado a este niño, falta mucho por hacer todavía, eres buena. Y sonrió. Me sentía confundida, este mal sueño me iba a costar perderme la próxima clase. Respiré. El tren se detuvo justo frente al condominio donde vivo. Quedé sola en mi asiento e intenté escapar. Corrí hasta el ascensor y allí estaba el muchacho guapo de la mañana. Bueno, al menos mi mente no me trata tan mal… Vaya, es la segunda vez que te veo hoy, el destino ha cruzado esto…dijo y rió. ¿Cómo tú te llamas? Le cuestioné aturdida. Puedo ser quien quiera que tú quieras o necesites, Carlos, José, Manuel, Joel…y me dejó más confundida que antes. Me pasó un papelito con un número de teléfono pequeñito y arriba “Joel”. El sabía algo más de mí que yo desconocía de él. El ascensor se detuvo y se abrió en el salón de mi profesora de redacción. La mujer delgada apareció nuevamente, ‘Joel’ se fue riendo y ella me dijo: tú escoges, el cielo o el infierno. Quise, rogué y le imploré a Dios despertar justo en ese momento porque mi cabeza era un enjambre de abejas que apenas me dejaba respirar pero no oía nada. Este es tu cielo; me presionaba. Miré y no veía nada distinto, solo el salón y yo con una sonrisa. O puedes tener esto, y escuchaba cómo la profesora criticaba mi trabajo y se reían de mis errores, justo como en la sesión anterior. Así que había estado viviendo entre mi propio infierno y el cielo que no reconocía…
Lloré, lloré, lloré de impotencia porque lo tenía todo de frente y no podía escoger, y Doña Deli me apretaba fuerte contra su pecho y me pasaba la mano por la cabeza pero esta vez no me decía nada. No despertaba, ni de este ni del otro. Las lágrimas bajaban quedito por mis mejillas y escogí. Entonces me hallé en el pasillo frente a mi apartamento, junto a mi puerta llorando. El chico apuesto pasó y se detuvo, me miró con curiosidad y se sentó a mi lado. No dijo nada, reí en medio del llanto, había escogido bien, tenía que pasar el infierno aquí para conocer el cielo con certeza. Pero aún no iba a despertar, las voces me hablaban, quédate, Dana, no te vayas…y la conciencia me llamaba pero la voluntad no me alcanzaba.

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